Una vez más la oligarquía colombiana, con Juan Manuel Sanos a la cabeza, muestra su poco deseo de una confraternidad en América Latina con base al respeto, a la decisión de cada pueblo en particular, cuando prefiere, como lo ha hecho el presidente, acoger los lineamientos trazados por Estados Unidos con relación al gobierno de Venezuela, antes que motivar el respeto hacia su autodeterminación.
El presidente Santos debió demarcar con claridad lo que tiene qye ser la sana relación entre su país y el gobierno norteamericano, pues los intereses económicos debieran estar alejados de lo político, pues de lo contrario, se está aceptando de manera tácita, la existencia de un predominio iniciado en la postguerra y acentuado con el paso del tiempo con base a reiteradas amenazas de castigo en lo económico, tal como ahora ocurre con Venezuela.
El presidente Santos, claro, no está obligado a ello, debió mostrar cierto agradecimiento al gobierno bolivariano por la colaboración que se le brindó para lograr la paz en la convulsionada nación en la que millones de desplazados y miles de víctimas se registran como claro resultado.
Aceptar los linamientos de Estados Unidos para derrocar un gobierno, no es más que una abierta participación de Colombia en una conspiración, sólo motivada en el desesperado deseo de la oligarquía de Caracas, con el respaldo de la de Colombia, de acceder nuevamente a un poder a través del cual sus gobernantes cometieron toda suerte de desafueros administrativos, con el amplio beneficio de Estados Unidos y sus capitalistas.
Otorgarle asilo político a la destituida fiscal Luisa Ortega, no se puede ver más que como el deseo de apuntarle a una guerra de la que Colombia, seguramente, no saldría bien librada, así se cuente con las muy promocionadas siete bases militares de Estados Unidos.
A qué juega Juan Manuel Santos, a quedar como el personaje que abrió la era de las nuevas guerras en América Latina?
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